Kentucky
Eran los años 40 y en el Hipódromo de Palermo se corría un Gran Premio, con mucho dinero en juego. En las tribunas, tres amigos con una corazonada suman todo el dinero que tienen y “se la juegan” por un caballo. Como si fuera una película de Hollywood, el caballo al que apostaron sale ganador y ellos cobraron una extraordinaria suma. Sin mucha vuelta, deciden comprar un local en la Av. Santa Fe y Godoy Cruz y montar un negocio tradicional: una pizzería bien de barrio. En honor a aquel golpe de suerte, la bautizaron Kentucky. Abrió sus puertas en 1942 y mantuvo desde entonces su fama por la pizza tradicional a buen precio.
Los dueños, ya veteranos, decidieron vender la pizzería a otros inversores. Y estos inversores diversificaron la carta manteniendo el gusto argentino: milanesas, bifes, papas fritas. Lo hicieron tanto restó como pizzería. El tiempo pasó y los nuevos inversores volvieron a vender Kentucky. Ya en el 2000, un grupo de socios vieron en esa esquina una oportunidad para capitalizar en esa leyenda pizzera un modelo de negocios de franquicias. Tenían experiencia en el rubro: algunos tenían cafés, otros pizzerías y otros como Sebastián Furman, se habían iniciado en el eslabón más duro de la cadena gastronómica: como lavaplatos en Desiderio, en Santa Fe y Esmeralda. Desde allí, escaló y escaló hasta que se posicionó como uno de los socios de la tercera generación de dueños de Kentucky. Los que hicieron de una pizzería de barrio un plan ambicioso de reproducir el nombre a lo largo y a lo ancho de la ciudad.
Lo primero que hicieron los tres nuevos socios fue preguntarse: ¿qué es lo que hace a Kentucky un clásico? ¿Qué valor agregado lo mantuvo a lo largo del tiempo?. Y los tres exclamaron al mismo tiempo: ¡La pizza! Con esta conclusión, decidieron establecer los cambios: el primero, reducir el menú. Estaban convencidos que tanta diversificación había hecho que sus predecesores se vieran obligados a vender. Sacaron todos los otros platos y dejaron a la única protagonista: la pizza, la vedette de Kentucky. El local era reconocido también por la venta de pizza al corte. Así que los socios concibieron un menú donde todo cliente de paso pudiera probar la pizza sin temor al bolsillo. El plan era ambicioso: querían reproducir Kentucky en todos los barrios porteños.
El primer año, aún en plena crisis, les fue muy bien: en el 2000 vendían 500 pizzas diarias, y la cifra se duplicaba los fines de semana, cuando el local permanecía abierto las 24 horas.
En 2002 inauguraron el primer clon de Kentucky: a tres cuadras del original, en Santa Fe y Thames, frente a La Rural. Meses más tarde en Caballito. Luego en Villa Urquiza, Belgrano y Flores. De la noche a la mañana, había Kentuckys por todas partes. ¿Por qué se expandió con tanta rapidez mientras que otras pizzerías clásicas del Obelisco, como Las Cuartetas, Güerrin, Los Inmortales o El Cuartito, duermen en los laureles pizzeros de un solo local? Porque se desmarcó de las pizzerías tradicionales de renombre y vivió el sueño glorioso de todo emprendedor gastronómico de ver multiplicar su negocio en todas partes. Y también por su maestro pizzero, que viene trabajando en el local original de Godoy Cruz y Santa Fe desde hace casi 40 años: Víctor Hugo Sánchez. Don Hugo logró que su sello pizzero tuviera eco incluso en los famosos habitués, desde Diego Maradona, Mauricio Macri (en sus tiempos de jefe de Gobierno de la Ciudad), y Roberto Piazza. Sánchez ya formó a más de 30 pizzeros de la cadena, tres por cada local, que siguen día a día su legado de amasar pizzas.
Pero el secreto de Kentucky, para ser la mejor pizza, está en… la mozzarella. En cantidad y calidad. De las cuatro empresas que proveen a diario, cada local hace su propia combinación. A veces, las mozzarellas son suaves y otras veces un poco más picantes. A esa paleta de sabores, los discípulos de Sánchez le dan su toque, su magia, su esplendor, en cada uno de los locales de Kentucky, que ya suman más de 42, y los que esperan abrir este año.
Fuente: La Nación
Pizzería Kentuky
Web: kentucky.com.ar